31 de octubre de 2012

Lo que Wert simboliza

Una de las frases de película que más me gustan es la del cómic V de Vendetta, de James McTeigue; “los símbolos, sólo tienen el valor que les da la gente”.  Y es verdad, en la vida casi todo es simbólico, sobre todo en política. Aunque, en este caso, para nada son simbólicos los recortes en la enseñanza pública, los barracones, la falta de profesorado o la subida de tasas universitarias.
 
Este martes ocurrió algo que parece insólito en nuestro sistema político. Todos los grupos de la oposición (salvo UPyD, Foro y UPN) se pusieron de acuerdo en una cosa: la reprobación del ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert. Un gesto simbólico, pero cargado de crítica y sentimiento por parte de una mayoría de personas, estudiantes, profesorado y familias, a las que este ministro ha conseguido poner en su contra, exigiendo unánimemente su inmediata dimisión.
 
Desde que ocupó el cargo, Wert acumula un currículum extraordinario. Según el CIS, es el ministro peor valorado de la historia (2,49 sobre 10) y, también, de los más conocidos, quizá por las bravuconadas, exabruptos y demás lindezas que nos va regalando de vez en cuando. Decir que la huelga de estudiantes “está inspirada en supuestos de la extrema izquierda radical y antisistema”, pasando por que el aumento de las tasas universitarias “no genera desigualdad social”, hasta llegar a su famoso “hay que españolizar a los alumnos catalanes”; marcan su sonada trayectoria.
 
Está claro que Wert pasará a la historia por ser un personaje polémico, políticamente incorrecto. Incluso para gente de su partido, que empieza a cansarse de reírle las gracias a un ministro enfrentado prácticamente con todo el sector educativo y cultural, de todos los colores y todos los territorios. Un ministro que va por libre, obsesionado con su contrarreforma educativa, atento a cumplir fielmente con los postulados más retrógrados de la doctrina nacional-católica.
 
Tener a un hooligan de ministro acaba lastrando a cualquier gobierno. Y, tal vez, una reprobación simbólica del Parlamento no sea lo más efectivo para expulsar de su cargo público a quien, con su actitud, recortes y desde su ideología, atentan contra un pilar básico de la cohesión social como es la Educación pública. Pero sería un error, y una necedad, hacer oídos sordos a lo que la inmensa mayoría reclama en la calle y en las aulas.

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